Fue ahi, en la puerta de atras!




Objetos que dicen yo


Mi maquina de coser, Marianela.
Tarta de frutillas
!!!
Fantasía, ridicules e imaginación de Dolina

De chica yo me emocionaba cada vez que mis papas se demostraban afecto y me acuerdo una vuelta que, a la salida de casa, se dieron un beso y yo los vi desde abajo y sonreí en silencio.
UN RECUERDO
La fricción de mi cuerpo con el de mis amigos cuando bailabamos ayer.
RECUERDO ELECTRICIDAD EN EL CUERPO
Remake new book
Remake new book
Remake new book
Remake new book
Tratamiento
Como grupo pensamos tener una puesta de 3 cámaras, cada cámara direccionando a un lugar distinto del aula, con una puesta diferente cada uno.


En uno de los planos vemos a una persona durmiendo. a alguien descansando en un lugar tranquilo, con una puesta hecha para que parezca un espacio hecho para relajarse. Con una iluminación cálida y tenue enfatizamos el descanso de la persona.

Los otros dos planos serían:

1- una persona haciendo un ejercicio repetitivo, un baile el movimiento funciona para enfatizar en la repetición y en la idea de performance

2- los compañeros de clase tratan de imitar los movimientos del baile. No saben que van a hacerlo, elemento de sorpresa, de instantaneidad.

Después la otra pantalla sería pre grabada con ayuda de pantalla verde, representaría el sueño, que es el final de Casablanca. Primero arranca solo la escena, luego entraría el personaje que duerme, Luego al final el personaje que baila también se duerme, y aparecería en la pre grabación de casablanca, juntos.

En las cámaras se grabará la reacción de los compañeros al sueño, al final de Casablanca.
CASABLANCA 2
Onirico
Simultaniedad
Archivo
Repetición
Directo
Performance
Instantaneidad
Mezcla
Baile
Performance
Pista
Reflexión de 2 videos
Reflexión feedback
Puesta


En sexto año del colegio me hice amiga de un chico que se llama Felipe. Él juraba ser el más cool y culto de todos, entonces no le quedó otra que ir a esa: saber de cine. Cuando hablábamos sobre eso, se ponía sobrio, serio, como diciendo “esto es importante”. A mí me daba risa, entonces le seguía el juego. Éramos dos nenes de 17, opinólogos, imaginando ser grandes, formales, experimentados. Nos sentábamos en los bancos del colegio, obvio rotos, pintados con liquid, y charlabamos. Solo nos faltaba un té de tilo y unas galletitas de las cinco de la tarde.

Con Felipe mirábamos películas, cada uno en su casa, y al día siguiente, en el colegio, nos contábamos qué habíamos visto, qué nos había parecido y si la recomendábamos o no. En un momento, de alguna forma, él conoció el cine un poco más viejo. Y ahí sí, ya era oficialmente el más cool de todos (aunque nadie lo sabía). Las charlas se volvieron cada vez más serias. Nos creíamos críticos del New York Times. Una de las pelis que más me gustó de las que me recomendó fue The Apartment, del 60, de Billy Wilder. Estoy segura de que si algún profesor nos hubiese escuchado hablar, se hubiese estallado de la risa.

Cuando la cosa se puso más seria, ya estábamos casi a fin de año, tipo septiembre. Y claro, época de “orientación vocacional”. Yo, mezclada con tantas charlas sobre cine y bla, solo podía hablar de eso con la señora del test. Y bueno, no le quedó otra que decirme: “flaca, estudiá audiovisuales”.

Cuando me dijo eso, por alguna razón, no lo podía creer. Jamás pensé que la gente normal como yo podía estudiar cine, así tipo profesión. Por eso, cuando salió ese resultado, no se lo conté a nadie. Ni a mis papás. Les dije que me había salido Psicología e Indumentaria para que se quedaran más tranquilos. Pero a la hora de anotarme en la universidad y tener que pagar una matrícula, me di cuenta de que ya me estaba yendo un poco muy lejos y que, por más de que me importaba lo que pensaban, entendí que la carrera es para mí, no para ellos.

Entonces fue que les conté la verdad. A mi mamá le importó tres cominos, de hecho no se si sabe todavía muy bien qué es lo que estudio. Y a mi papá, obvio, casi le agarra un patatús. Él tenía el mismo prejuicio que yo (hoy lo sigue teniendo) de que el cine no solo no es para cualquiera, sino que además, se sabe, te vas a cagar de hambre. Por eso mismo le planteé un plan B: si no me va bien en el cine, me hago costurera personal y saco una marca de ropa con las prendas que diseño y coso. Eso lo dejó un poco más tranquilo y, bueno, finalmente… pum, me pagó la matrícula (salía 65).

Creo que fue algo bastante azaroso. Quizás, si no hubiese conocido a Felipe, hoy estaría en otra. Jamás se lo dije —me da un poco de vergüenza— pero le agradezco la vida. No solo por mostrarme pelis, sino por abrirme la puerta a este mundo audiovisual. Igual, pausa, yo no tenía idea en la que me metía. No entendía muy bien qué era estudiar cine. No me lo imaginaba.

De a poco fui entendiendo que estudiar cine es estar detrás de él. Ahí fue cuando empecé a darme cuenta que eso era lo que más me llamaba. Me fui alejando de la idea del guión y acercándome más a la idea de relatar, no con palabras, sino con las luces, los encuadres, la profundidad de campo, con aquello que solo se puede ver, con aquello que no se dice.

Hoy en día, entiendo que el rodaje me nutre, como si fuera alimento. No me puedo escapar de eso porque ya es instinto. Por eso, por más que me encante coser, Dios quiera que mis problemas sigan siendo “cómo hacemos para que tal personaje se vea más iluminado” o “cuántas tomas más vamos a hacer”.

A veces me pregunto qué estaría haciendo si no hubiese conocido a Felipe. Capaz estaría estudiando otra cosa, o incluso nada. Capaz seguiría pensando que el cine es para otra gente, para los elegidos.

Por eso, esto es un poco también una especie de presentación de agradecimiento a Felipe, no solo por mostrarme películas, sino por tomarme en serio cuando yo todavía no lo hacía. Él no tenía idea, pero en vez de enseñarme cine, sin querer me estaba empujando a encontrar lo que hoy es mi vida.
Mi relación con el cine